jueves, 9 de octubre de 2008

El metido escapista escapó

Ariel Zagarese



Se había metido siempre en donde él quiso. Lo tenía por costumbre y lo tenía de pesado. Esperaba una minuciosa oscilación de un ojo —sin importar el ojo, de cualquier comensal— para que él tomara la palabra. Era un metido por excelencia y por arrebato, no hay dudas. Llegó a hacerlo en el teatro. ¡Sí!, en una escena memorable de Tío Vania, justo en el instante preciso, en el cuál tío Vania yerra sus dos tiros… y allí sucedió: se sintió inmortal. Llegó a meterse hasta en los discursos presidenciales, en las radios, los televisores, las casas, las oraciones, las plegarias, las tumbas, etc. Hasta que por honoris causa le otorgaron el exótico título de escapista. Pues, se metía y se escapaba dejando las cosas convulsionadas a su manera, con su impronta.

No sé quién, es lo que menos nos importa, le propuso ingresar a la pintura. Lógico, apuesta de por medio. No había mucho por perder, simplemente, querían que se dejara de joder. ¡Que no se meta más! De escapar, se le entregaría una gran suma de dinero para que se fuera de la provincia, del país, mejor dicho: del planeta. Y de no lograrlo, quedaría en el cuadro para siempre. Lo curioso es que lo hizo, lo logró. Y, el muy pedante, dejó los pasos exactos de cómo ingresar y salir de aquella pintura. Lo extraño es que con el dinero, él se escapó. Se fugó del país, del planeta, y vaya uno a saber adónde se metió… Es aquí, entonces, la hazaña más difícil para un escapista. Ingresar y egresar de una pintura.

Lo primero a tener en cuenta es saber que el hombre es materia y su pensamiento genera a la misma. Si logramos concentrarnos y entender desde lo más profundo del ser esa idea somos capaces de dominar la materia y, sin ninguna ayuda de ninguna Máquina de Dios. La desmaterialización y la materialización es un lúdico momento de probabilidades. ¿Cuántas probabilidades poseo para convertirme en parte de ese cuadro, de ser su sustancia, de vivir materialmente ese cuadro? Para el hombre común: ninguna. Sin embargo, existe la posibilidad de pensar en la esencia del mismo, por lo tanto, ya hay una posibilidad. Esto podemos usarlo hasta para volvernos millonarios. Pero esto no es un libro de autoayuda, ni mucho menos. Es una simple explicación donde dejo en claro cómo ingresé y escapé del cuadro. Lo extraño de sentirse inmaterial es que, al ser tan liviano, uno corre el riesgo de volarse con el viento, o de que algún compañero o espectador lo aspire y lo expulse en forma de espasmo o estornudo. Pues, teniendo en cuenta esa situación, decidí alojar la pintura en una cámara sellada al vacío de acrílico trasparente, conmigo dentro de la misma. La situación se vuelve más tensa. Ahora tengo muy poco tiempo en desmaterializarme, puesto que el oxígeno que hay dentro se agota prontamente. Desmaterializarse es fácil. Lo complicado es volverse a materializar. Es decir, devenir en… Devenir en un algo que viva dentro del cuadro. Devenir en pinceladas, en colores pasteles y no en escalas de grises u ocres; puesto que el devenir no puede ser incoherente. El devenir debe ser una experiencia única que modifique en actitud, razón, código y lenguaje al devenido. Para lograr esto hay que ingresar desnudo a la cámara, pues, la vestimenta o vestuario no facilitaría la desmaterialización sino que todo lo contrario. Puesto que debería no sólo desmaterializar mi cuerpo sino, también, mis ropas. Una vez dentro de la cámara es importante que se vayan bajando las luces, puesto que la desmaterialización está ligada al concepto de la nada, y para llegara a ella, debemos estar faltos de luz. Ahora, sin luz y en silencio, comienzo a olvidar quién soy. Primero olvido mi nombre, mi apellido, su raíz italiana, su pasaje del latín al italiano, hasta olvidar mi segundo nombre y el primero y llegara a ser un ente. Una cosa. Un mero objeto que ni siquiera le corresponde un significado ni un significante. Me convierto en la excepción a la regla de Saussure. Al ser un ente sin sentido ya no hay palabra en el lenguaje con la que pueda identificarme, ya no hay nadie que pueda molestarme, llamarme, distraerme. Sin embargo, mi parte pensante y simbólica no se desase. Cambia. Cambia los sonidos por matices, las palabras por tonalidades, y la sintaxis y la semántica por ritmos, líneas, puntos o planos. De alguna manera, se piensa en dibujo. En planos, en dos dimensiones. Es una forma muy incómoda hasta que nos podemos habituar al nuevo efecto de la perspectiva. La perspectiva es engañosa y debemos amoldarnos a una escala. Es posible quedar más pequeño de lo acostumbrado o más grande de lo debido. Siempre sucede, no hay que temer, es una cuestión de criterio, hasta que de pronto se encuentra el lugar en el plano, en el lienzo. Ahora, tenemos la sensación de ser una especie de boceto. Y es correcto. Nos falta el color definido, agregarnos el juego de las sombras, ganar volumen, y sentirnos cómodos. Para ello basta con tomar un poco de las acuarelas que nos rodean y comenzar pertenecer. Es proceso bastante adolescente, hasta que los matices comienzan a sentarnos bien, podemos pasar por una variada paleta y hay un abuso del color negro, como cuando se era punk o heavy metal en la adolescencia pero sin música. Finalmente, para que se den cuenta de que estuvimos allí, aconsejo tomar más pintura de lo debido y realizar un sutil dibujo de nuestra figura. Yo dejé la mía sobre una tela de las paredes de la misma. Mientras pintaba conversé con Aurelio, un viejo postrado que espera que los ojos espías no observen el cuadro para beber algunos whiskys… pero esa ya es otra historia .

Para regresar realicé el proceso inverso. Es como rebobinar una película o un casete. Al salir nadie estaba esperando el resultado de mi hazaña. Por lo tanto, me tomé mi tiempo y dejé documentado el proceso de ingreso y egreso de una pintura. Ahora quien hace la propuesta soy yo: ¿Usted pensó alguna vez en desmaterializarse?

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