martes, 21 de octubre de 2008

un cuadro que no había notado hasta ese momento

el grupete busefi-gómez-zagarese-boffa escribe una nueva entrada para el pequeño volumen hallado sobre la almohada.

(fragmento del diario de un artista)




Grupete: Busefi - Gómez - Zagarese -Boffa



Es la quinta vez que retoco el boceto. Ella solamente reconoce de sí misma los senos. Sin embargo rehúsa de verse en los ojos, pómulos, cabellos, orejas, boca, sonrisa. Y de todas sus bocas siempre me muestra la misma; la que está plasmada.
Pero algo se escapa de mi mismo o de su cuerpo e impregna de pronto el altillo luminoso que transformé en atelier. Es un halo soporífero que va adormeciendo mis sentidos hasta detenerse en mi mano y gobernarlo. Ahí en ese preciso instante ella y todas sus otras se materializan en su cuerpo. Ella dice que reconoce sólo sus senos. Yo, hace tiempo, creo ya que ni sus pezones pequeños y oscuros le pertenecen.


Me enojo, ella no entiende, vuelve al retrato, se mira, no se encuentra. Discutimos. Se acomoda, posa, no está feliz, sin embargo sonríe.


Se fue… ¡Mejor dicho la eché!… Estoy harto… ¡Qué sus senos!... ¡Qué sus párpados!... ¡Maldita sea!... ¡Por que me empecino con los modelos vivos!...
Han pasado las horas y me sigo sorprendiendo del rostro, no en el de ella,… ¡Maldita!... Me sorprende esa cosa… ¡ensoñación o que se yo!
… pero más me sorprende mi mano… mi mano que no gobierno, mi mano que parece manejar al pincel como un bisturí.

jueves, 9 de octubre de 2008

El metido escapista escapó

Ariel Zagarese



Se había metido siempre en donde él quiso. Lo tenía por costumbre y lo tenía de pesado. Esperaba una minuciosa oscilación de un ojo —sin importar el ojo, de cualquier comensal— para que él tomara la palabra. Era un metido por excelencia y por arrebato, no hay dudas. Llegó a hacerlo en el teatro. ¡Sí!, en una escena memorable de Tío Vania, justo en el instante preciso, en el cuál tío Vania yerra sus dos tiros… y allí sucedió: se sintió inmortal. Llegó a meterse hasta en los discursos presidenciales, en las radios, los televisores, las casas, las oraciones, las plegarias, las tumbas, etc. Hasta que por honoris causa le otorgaron el exótico título de escapista. Pues, se metía y se escapaba dejando las cosas convulsionadas a su manera, con su impronta.

No sé quién, es lo que menos nos importa, le propuso ingresar a la pintura. Lógico, apuesta de por medio. No había mucho por perder, simplemente, querían que se dejara de joder. ¡Que no se meta más! De escapar, se le entregaría una gran suma de dinero para que se fuera de la provincia, del país, mejor dicho: del planeta. Y de no lograrlo, quedaría en el cuadro para siempre. Lo curioso es que lo hizo, lo logró. Y, el muy pedante, dejó los pasos exactos de cómo ingresar y salir de aquella pintura. Lo extraño es que con el dinero, él se escapó. Se fugó del país, del planeta, y vaya uno a saber adónde se metió… Es aquí, entonces, la hazaña más difícil para un escapista. Ingresar y egresar de una pintura.

Lo primero a tener en cuenta es saber que el hombre es materia y su pensamiento genera a la misma. Si logramos concentrarnos y entender desde lo más profundo del ser esa idea somos capaces de dominar la materia y, sin ninguna ayuda de ninguna Máquina de Dios. La desmaterialización y la materialización es un lúdico momento de probabilidades. ¿Cuántas probabilidades poseo para convertirme en parte de ese cuadro, de ser su sustancia, de vivir materialmente ese cuadro? Para el hombre común: ninguna. Sin embargo, existe la posibilidad de pensar en la esencia del mismo, por lo tanto, ya hay una posibilidad. Esto podemos usarlo hasta para volvernos millonarios. Pero esto no es un libro de autoayuda, ni mucho menos. Es una simple explicación donde dejo en claro cómo ingresé y escapé del cuadro. Lo extraño de sentirse inmaterial es que, al ser tan liviano, uno corre el riesgo de volarse con el viento, o de que algún compañero o espectador lo aspire y lo expulse en forma de espasmo o estornudo. Pues, teniendo en cuenta esa situación, decidí alojar la pintura en una cámara sellada al vacío de acrílico trasparente, conmigo dentro de la misma. La situación se vuelve más tensa. Ahora tengo muy poco tiempo en desmaterializarme, puesto que el oxígeno que hay dentro se agota prontamente. Desmaterializarse es fácil. Lo complicado es volverse a materializar. Es decir, devenir en… Devenir en un algo que viva dentro del cuadro. Devenir en pinceladas, en colores pasteles y no en escalas de grises u ocres; puesto que el devenir no puede ser incoherente. El devenir debe ser una experiencia única que modifique en actitud, razón, código y lenguaje al devenido. Para lograr esto hay que ingresar desnudo a la cámara, pues, la vestimenta o vestuario no facilitaría la desmaterialización sino que todo lo contrario. Puesto que debería no sólo desmaterializar mi cuerpo sino, también, mis ropas. Una vez dentro de la cámara es importante que se vayan bajando las luces, puesto que la desmaterialización está ligada al concepto de la nada, y para llegara a ella, debemos estar faltos de luz. Ahora, sin luz y en silencio, comienzo a olvidar quién soy. Primero olvido mi nombre, mi apellido, su raíz italiana, su pasaje del latín al italiano, hasta olvidar mi segundo nombre y el primero y llegara a ser un ente. Una cosa. Un mero objeto que ni siquiera le corresponde un significado ni un significante. Me convierto en la excepción a la regla de Saussure. Al ser un ente sin sentido ya no hay palabra en el lenguaje con la que pueda identificarme, ya no hay nadie que pueda molestarme, llamarme, distraerme. Sin embargo, mi parte pensante y simbólica no se desase. Cambia. Cambia los sonidos por matices, las palabras por tonalidades, y la sintaxis y la semántica por ritmos, líneas, puntos o planos. De alguna manera, se piensa en dibujo. En planos, en dos dimensiones. Es una forma muy incómoda hasta que nos podemos habituar al nuevo efecto de la perspectiva. La perspectiva es engañosa y debemos amoldarnos a una escala. Es posible quedar más pequeño de lo acostumbrado o más grande de lo debido. Siempre sucede, no hay que temer, es una cuestión de criterio, hasta que de pronto se encuentra el lugar en el plano, en el lienzo. Ahora, tenemos la sensación de ser una especie de boceto. Y es correcto. Nos falta el color definido, agregarnos el juego de las sombras, ganar volumen, y sentirnos cómodos. Para ello basta con tomar un poco de las acuarelas que nos rodean y comenzar pertenecer. Es proceso bastante adolescente, hasta que los matices comienzan a sentarnos bien, podemos pasar por una variada paleta y hay un abuso del color negro, como cuando se era punk o heavy metal en la adolescencia pero sin música. Finalmente, para que se den cuenta de que estuvimos allí, aconsejo tomar más pintura de lo debido y realizar un sutil dibujo de nuestra figura. Yo dejé la mía sobre una tela de las paredes de la misma. Mientras pintaba conversé con Aurelio, un viejo postrado que espera que los ojos espías no observen el cuadro para beber algunos whiskys… pero esa ya es otra historia .

Para regresar realicé el proceso inverso. Es como rebobinar una película o un casete. Al salir nadie estaba esperando el resultado de mi hazaña. Por lo tanto, me tomé mi tiempo y dejé documentado el proceso de ingreso y egreso de una pintura. Ahora quien hace la propuesta soy yo: ¿Usted pensó alguna vez en desmaterializarse?

domingo, 5 de octubre de 2008

un cuadro


siguiendo atentamente las instrucciones y teniendo en cuenta los recaudos, ¿se anima a entrar a este cuadro hasta que se escuche el suave plop? ¿podría contarlo?

de algunas instrucciones y recaudos para entrar a un cuadro



- Da la impresión de ser una persona de carne y hueso –dijo Simpson pensativamente-. Basta para hacerle a uno creer esos cuentos misteriosos de retratos que cobran vida. Yo leí alguna vez que cierto rey, no recuerdo cuál, descendió de su lienzo y tan pronto como …
McGore emitió una risita contenida y crispada.
- Eso son tonterías, por supuesto. Pero ocurre otro fenómeno a la inversa, por así decir.
Simpson lo miró de reojo. En la oscuridad de la noche, la pechera de su camisa parecía sobresalir de su cuerpo como una joroba blanquecina, y la lucecita de su puro, como una diminuta piña de rubí, iluminaba desde abajo su cara pequeña y llena de arrugas. Había bebido mucho vino y, aparentemente, tenía muchas ganas de hablar.
- Lo que ocurre es lo siguiente –continuó McGore pausadamente-. En lugar de invitar a una figura pintada a que salga de su marco, imaginémonos que alguien logra meterse en persona dentro del cuadro. Esto parece ridículo, ¿verdad? Y, sin embargo, yo lo he hecho muchas veces. He tenido la buena suerte de visitar todos los museos de arte de Europa, desde La Haya a San Petersburgo, desde Londres a Madrid. Cuando veía un cuadro que me gustaba de manera particular, me ponía directamente enfrente de él y concentraba todo el poder de mi voluntad en un solo pensamiento: meterme en ese cuadro. Era una sensación misteriosa, no cabe duda. Me sentía como el apóstol que está a punto de salir de su barca para atravesar la superficie del agua. Pero ¡qué indescriptible dicha me invadía después de hacerlo! Digamos que yo estaba frente a un lienzo de la Escuela Flamenca, con la Sagrada Familia en primer plano y el telón de fondo de un paisaje suave y límpido. Sabe usted el tipo de cuadro a que me refiero, con un sendero en zigzag, como una blanca serpiente, y colinas verdes. Finalmente me decidía a sumergirme. Desataba las ataduras que me sujetaban a la realidad y entraba en la pintura. ¡Una sensación milagrosa! El frescor, el aire plácido impregnado de cera e incienso. Yo me convertía en un ser de carne y hueso en aquel cuadro y todo lo que me rodeaba cobraba vida. Las siluetas de los peregrinos del sendero empezaban a moverse. La Virgen María decía algo en lengua flamenca hablando con rapidez. El viento rizaba las flores acostumbradas. Las nubes se deslizaban… Pero el deleite no duró mucho. Empecé a sentir la sensación de que me iba congelando suavemente, formando una unidad con el lienzo, fundiéndome con una capa de óleo. Entonces cerré los ojos con fuerza, me impulsé con todas mis ganas y salté fuera del cuadro. Se oyó un suave plop, como cuando se saca el pie de un charco de barro. Entonces abrí los ojos y me encontré tendido en el suelo debajo de una pintura espléndida, pero sin vida.
Simpson escuchaba con atención, pero un poco violento. Cuando McGore hacía una pausa, él hacía un leve movimiento de asombro, apenas perceptible y miraba a su alrededor. Todo seguía igual. Abajo, el jardín respiraba la oscuridad, se podía ver el comedor, débilmente iluminado, a través de la puerta de cristales, y en la distancia, por otra entrada abierta, un rincón bien alumbrado del salón con tres figuras jugando a las cartas. ¡Qué cosas más extrañas estaba diciendo McGore!
- ¿Se da usted cuenta –prosiguió, sacudiéndose de la ropa unas motas de ceniza- de que en un solo instante más, el cuadro me habría succionado, metido dentro de él para siempre? Yo habría desaparecido en sus profundidades y vivido en su paisaje, o bien el terror me habría ido debilitando y, faltándome la fuerza suficiente para volver al mundo real o penetrar en una nueva dimensión, me habría convertido en una figura más del lienzo, como el anacronismo del que hablaba Frank. Sin embargo, a pesar del peligro, he sucumbido a la tentación una y otra vez… ¡Oh, amigo mío, me he enamorado de las Madonas! Recuerdo mi primer encaprichamiento…, una Madona con una corona azul celeste, obra del exquisito Rafael… Detrás de ella, a cierta distancia, dos hombres estaban de pie junto a una columna, charlando plácidamente. Yo escuché su conversación sin que se dieran cuenta… Estaban hablando del valor de cierta daga… Pero la Madona más cautivadora de todas salió del pincel de Bernardo Luini. Todas sus creaciones reflejan la serenidad y delicadeza del lago a cuyas orillas nació, el lago Mayor. El más delicado de los maestros. Su nombre nos proporcionó, incluso, un nuevo adjetivo: luinesco. Su mejor Madona tiene unos ojos alargados que baja acariciadoramente, y en sus vestiduras se mezclan tintes de color azul pálido, rojo rosado y un anaranjado difuso. Una neblina gaseosa y rizada rodea su frente y la de su hijo, que tiene el cabello rojizo. El chiquillo levanta hacia ella una manzana pálida, ella la mira, bajando sus ojos dulces, alargados … Ojos luinescos… ¡Cielos, cómo los besé!...
McGore calló y una sonrisa soñadora se posó en sus labios, encendidos por la llama del puro. Simpson contuvo el aliento y, como antes, sintió que estaba resbalando lentamente hasta penetrar en la noche.
- Hubo complicaciones –continuó McGore después de carraspear un poco para aclararse la garganta-. Una copa de sidra muy fuerte que me sirvió una vez una robusta bacante de un cuadro de Rubens me sentó mal al riñón, y otra vez cogí tal resfriado en la amarilla y nebulosa pista de patinaje de uno de los holandeses, que no dejé de toser y expulsar flemas en un mes. Esas son las cosas que pueden pasar, señor Simpson.

jueves, 2 de octubre de 2008

sierva


Victoria Rigiroli



Sólo incertidumbres envuelven a esta obra. No podemos citar con precisión su título ni su fecha de composición que, según algunos expertos, podría situarse en algún momento del primer cuarto del SXVII. El autor, por otra parte tampoco puede ser determinado con total seguridad, documentos tardíos señalan, indistintamente a un tal Jan Van Areim y a un tal Otto Eringer.

Sea quien sea el responsable del cuadro, distintas fuentes coinciden en señalar una curiosa historia que hace a su contexto de creación: ya sea Jan, u Otto, al parecer el pintor trabajó durante nueve años en su obra, sobre el mismo lienzo, día a día se abocaba febrilmente a terminarlo; frustrado por lo que se le presentó como una imposibilidad absoluta, finalmente se habría quitado la vida bebiendo la mortífera mezcla de todas sus pinturas. Sólo quedó como pista de las razones de su dramática decisión, una carta en la que culpaba al cuadro, lo acusaba de mutar permanentemente por sí solo; lo que había empezado siendo la modesta reproducción de un cervatillo salvaje pastando en el bosque, destinada, quizás, a adornar el lujoso living de algún burgués gentilhombre, mutaba sin su intervención, todos los días, por las noches, hasta acabar siendo esa suerte de doncella de mirada indolente que lo juzgaba sin cesar al tiempo que le ofrecía indecentemente las desnudeces de su cuerpo. Nada pudieron hacer sus pinceles, cada vez más frenéticos y decididos, para romper con la voluntad de la obra; día tras día buscaba deshacer lo que el cuadro hacía de sí mismo por las noches, día tras día comprobaba que todo esfuerzo, por descomunal que fuera, era absolutamente en vano.

Finalmente, convencido de la completa inutilidad de la voluntad humana en el arte, nada tenía más sentido para él que el suicidio.

Los contemporáneos al autor, aseguran los registros, no se animaron a declararlo insano, al parecer, un detalle inquietante en la obra se los impedía, un ligero matiz, un pequeño cambio, algo apenas perceptible en la superficie del cuadro.

una consigna de escritura

leemos en "El retrato oval"

"me apoderé ansiosamente del volumen que contenía la historia y descripción de los cuadros. Busqué inmediatamente el número correspondiente al que marcaba el de (...), y leí la extraña y singular historia siguiente:"

supongamos que el que aquí vemos es ese retrato. ¿escribiría su historia de modo tal que pudiera ser una nueva entrada de ese volumen?