domingo, 28 de septiembre de 2008

el cuadro

Silvia Arriola Verbik

Diego quería crear una obra maestra. Buscó una modelo para llevarla a cabo. Así encontró a Claudia, quien había colocado un aviso ofreciéndose como “modelo vivo” en la cartelera de Bellas Artes. Claudia era una chica hermosa, que solía concurrir a grupos de autoayuda porque trabajaba mucho su emocionalidad y su espiritualidad.

Diego no tenía estudio propio, razón por la cual trabajaba en casa de su madre. Nunca se había independizado, aunque ya tenía treinta y dos años. Claudia llegaba puntualmente y se ponían a trabajar.

Cora, la madre de Diego, observaba. Simplemente observaba. Había solventado los estudios artísticos de su hijo y se consideraba con derecho a participar de toda esta actividad.

A Cora no le gustaba Claudia. Opinaba que no era la modelo apropiada para la gran obra que quería crear su hijo. Pero nada decía, solo observaba.

Claudia se sentía cohibida ante la presencia de Cora. Diego le pagaba los honorarios y ella se iba rápidamente, sin conversar con ninguno de los dos.

Una tarde de mayo, Diego llamó a Claudia y le pidió que se presentase para dar las pinceladas finales. Claudia llegó media hora después y retomaron el trabajo. Ese día, Cora no se encontraba en la casa. Sus gatos se paseaban por la habitación, inquietos.

Diego dio un grito de alegría al terminar el cuadro. Claudia se colocó una bata y se acercó para verse retratada en una obra maestra. Caminó hasta el cuadro y, con horror, vio cómo Cora la observaba desde el lienzo.

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