domingo, 9 de noviembre de 2008

Ni plop ni qué ochocuartos

johanna ganopolsky



Voy a contarlo así, como primero me vino a la cabeza, porque darle tantas vueltas a una historia no me gusta, me aburre y se me entorpecen las palabras. Además no me aguanto, siempre la maestra me dice que ando contando el final y no dejo que disfruten la historia. A quién le importa, total lo importante es que yo quiero decirlo así como me pasó la tarde del 8 de noviembre de 2008. No me olvido más del calor que hacía, de esos calores que de tan asfixiantes no te dejan ni mirar la tele. Entonces entré en el cuadro, no es que yo quería entrar al cuadro es que quería saber si esa que estaba ahí era una nena o una muñeca de morondanga. No fue difícil, algunos dirán que no fue difícil porque yo soy chica, si eso les sirve de consuelo porque ellos no lo logran, bien por ellos. Yo entré, vi la valija, el sombrero y el paraguas, todo listo para salir. Pero lo vi a las apuradas y además me di cuenta, por eso que una vez papá me leyó en un cuento de un tal Nabokov que si me quedaba mucho tiempo ya no iba a poder salir.
No es que requiera tanto esfuerzo, te lo cuento porque tal vez lo puedas hacer vos también. El secreto está en cómo mirás la pintura, nada de eso que te dicen del deseo es cierto. Mi mamá siempre anda con esos cuentos de que si lo deseás muy fuerte puede pasar. Yo lo deseé muy fuerte durante tres años seguidos al soplar las velitas de mi cumpleaños, deseé poder entrar en la pintura, cerraba los ojos, soplaba la velita, escuchaba los aplausos, sentía los besos mojados en los cachetes y ¡zas!, abría los ojos y todos estaban ahí, igual que antes. Eso de desear no funciona, a mí lo que me funcionó fue estar sola esa tarde de calor en el fondo de mi casa, mirando distraída hacia un espejo colocado en la pared opuesta, haciendo que me miraba el ombligo, porque igual eso es lo que los grandes dicen que los chicos hacemos todo el tiempo.
Como ya te dije, no podía decidir si la que estaba en el cuadro debajo del espejo que reflejaba la cara del señor muerto o del viajante que ya no puede viajar de tan flaco y que por lo tanto permanece dormido y desnudo (seguro que la tarde del cuadro era tan calurosa como la tarde en que yo entré al cuadro), no me decidía si la que estaba ahí en el cuadro era una muñeca o una nena, ya se lo había preguntado a todo el mundo pero nadie sabía responderme. En cambio las otras piernas que se veían a la izquierda del cuadro estaban enmarcadas, esas eran de una mujer gorda dibujada, pero la que estaba sobre el estante, esa no se sabía.
Distraída como me hacía, pasé una mano sobre el cuadro, sin mirarlo directamente sino a través del espejo y mi mano quedó de colores y el cuadro quedó borroso. Volví a pasarla y salí toda manchada, no había alrededor ninguna canilla donde pudiera lavarme, y terminé haciendo lo que mamá siempre dice que no hay que hacer por nada del mundo pero que yo a veces por apurada me olvido: me limpié en la remera. Pero la pintura no se me salió ni de las manos ni de la remera, ahí fue cuando me di vuelta y plin: entré. No hice ningún plop repentino, simplemente plin. Y después salí porque oí que se acercaba papá y no quería que me viera toda embadurnada en esa pintura pastosa, pero antes pude comprobar que ni el mismo pintor que dibujó esa cosa sabía si la muñeca era muñeca o era una nena. Qué fastidio, ¡tanto misterio para nada!

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