leticia ducasse- tomás romero obligado
Si no estoy sonriendo es por la angustia. En poco tiempo, al amanecer, seré conducida a cumplir mi destino. Un destino que no elijo, sino que acepto con resignación, con dolor, con miedo.
Yo soy Sialavena, hija del Conde de Estul. Podría decirse que mi nación está en guerra desde sus comienzos. Yo pertenezco a la decimoséptima generación de nobles que se someten ante este destino. Encerradas todas, como yo, en una fría y húmeda torre, desnuda en la oscuridad, temblando de incertidumbre, con esa presión dura y sin aire del desasosiego. Mi madre pasó por eso y ahora me toca a mí. Hace cientos de años, cuando nuestra nación no hacía más que perder batallas, nuestros sabios recibieron un presagio y desde entonces cada año las familias nobles más importantes entregan a su hija mayor en sacrificio como ofrenda a los dioses quienes les garantizan siempre la victoria.
Si no estoy sonriendo es por la angustia. En poco tiempo, al amanecer, seré conducida a cumplir mi destino, en la plaza, en una pira.
Yo soy Sialavena, hija del Conde de Estul. Podría decirse que mi nación está en guerra desde sus comienzos. Yo pertenezco a la decimoséptima generación de nobles que se someten ante este destino. Encerradas todas, como yo, en una fría y húmeda torre, desnuda en la oscuridad, temblando de incertidumbre, con esa presión dura y sin aire del desasosiego. Mi madre pasó por eso y ahora me toca a mí. Hace cientos de años, cuando nuestra nación no hacía más que perder batallas, nuestros sabios recibieron un presagio y desde entonces cada año las familias nobles más importantes entregan a su hija mayor en sacrificio como ofrenda a los dioses quienes les garantizan siempre la victoria.
Si no estoy sonriendo es por la angustia. En poco tiempo, al amanecer, seré conducida a cumplir mi destino, en la plaza, en una pira.